EL PAÍS

La grandeza de un deportista, de Kobe Bryant en este caso, es inaprensible. Para muchos, Michael Jordan está tan por encima de todos que no hay lugar al debate. Otros sostienen que a LeBron James no se le considera como debiera.

Los intangibles se sobreponen a menudo al fardo estadístico de títulos, puntos, victorias, reconocimientos. No hay una balanza que aquilate el liderazgo, la importancia de cada cual para su equipo, su legado.

Está claro que ellos, tal vez algunos daría cabida a Stephen Curry, son los que podrían entrar en la conversación, el término que aplican los estadounidenses cuando se refieren al debate entre los más grandes, al menos de los últimos 30 años, desde que Jordan ganó el primero de sus seis títulos con los Bulls.

Por eso, es tanto más aleccionador escuchar las opiniones de Gregg Popovich, el hombre que aspira a meter a los Spurs en los playoffs por 23ª temporada seguida.

“Hay muchas personas con muchas condiciones físicas para jugar al baloncesto, deportistas inteligentes, pero él tiene lo que Michael (Jordan) tenía”, explicaba Popovich en 2010, poco después de que Kobe consiguiera su quinto título con los Lakers.

“Y no es solo un deseo increíblemente competitivo, sino que un gran sentido del juego. Sabe qué hay que hacer en cada momento.

Cuándo tiene que intervenir, ya sea un rebote ofensivo, un robo, un triple, lo que sea necesario. Parece entender lo que exige el juego en cada momento, y hay muy pocas, poquísimas personas en la Liga que puedan hacer eso. Y él lo hace mejor que nadie”.

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