Ellie Burgueño

Siempre ha existido la violencia, violencia por diferentes causas: para sobrevivir, para controlar el poder, para sublevarse contra la dominación, violencia física y psicológica, y mientras se cree que el más fuerte sobrevive y logra dominar a los demás, la violencia sigue destruyendo vidas, arrancando la paz, generando desconcierto e inseguridad y creciendo como un cáncer que no puede erradicarse de nuestra sociedad.

“Y Caín se levantó contra su hermano, y le mató” (Gen. 4:8) relato con el que inicia el primer libro de La Biblia, al principio de la historia humana, donde se cuenta la forma en que por celos, Caín, hijo de Adán, el padre de la creación, se llenó de odio contra su propio hermano y lo mató, compartido desde un punto de vista de un creyente cristiano o católico o creyente de La Biblia.

Sin embargo por otra parte, Darwin en su teoría evolucionista descubrió que la naturaleza, en su constante lucha por la vida, no sólo refrenaba la expansión genética de las especies, sino que, a través de esa lucha, sobrevivían los mejores y sucumbían los menos aptos. Dando lugar a lo que se conoce como “La supervivencia del más fuerte”.

En la historia de la humanidad podemos ver que desde el instante en que alguno levantó una piedra y la arrojó contra su adversario, utilizó un arma de defensa y sobrevivencia muchísimo antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en punta de lanza. “Una ojeada a la Historia de la Humanidad –dice Sigmund Freud–, nos muestra una serie ininterrumpida de conflictos entre un pueblo y otro, entre conglomerados mayores o menores, entre ciudades, comarcas, tribus, comunidades, estados; conflictos que casi invariablemente fueron decididos por el cotejo bélico de las respectivas fuerzas.

Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de qué debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquél que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comenzó a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición” (Freud, S., 1972, pp. 3.208-9)

En la actualidad las lanzas, los arcos, y las piedras han pasado por mucho a la historia, ahora las guerras dejan cifras de muertes innumerables en donde tanto ejercito como civiles, mujeres y niños, pagan las consecuencias de la lucha por el poder o por el control con cierto fin burocrático. Ahora las armas químicas y biológicas sofisticadas con grandes alcances de destrucción masiva son la vanguardia.

Al irnos a épocas de la antigüedad podemos ver que los hombres se enfrentaron entre sí por diversos motivos. En los últimos 5,000 años de la historia, la humanidad ha experimentado miles de guerras, y en todas ellas se han usado armas más poderosas que la fuerza humana. La historia de la humanidad es una historia de guerras y conquistas, donde el más fuerte se impone al más débil, y sin dichas guerras, los textos históricos se convertirían en un puñado de páginas vacías.

La violencia en el mundo siempre ha existido, los periódicos están llenos de notas policíacas en donde se dan a conocer sucesos de: asaltos, secuestros, violencia, robos, y delitos que se comenten a diario en todas partes, principalmente en los países de tercer mundo, donde el hambre y la necesidad obliga a los más vulnerables a buscar la supervivencia por lo que recurre a lo único que tiene: la fuerza bruta y quizás las armas.

Mexicali solía ser un sitio tranquilo, seguro, pacífico, donde incluso, según mi abuelita de noventa y ocho años, quien es originaria de Sinaloa, pero quien se mudó a Mexicali desde joven, comenta:” La gente solía incluso salir a la calle y sentirse segura, dormir tranquila con la puerta sin candado o llave, ver a la gente con confianza sin tener temor a ningún peligro o amenaza.”

Pero, ¿qué ha pasado? Baja California, por su posición geográficamente envidiable en el mundo entero y su cercanía al estado más poderoso de la nación más poderosa del mundo, ha sido cede de pleitos entre carteles de drogas, violencia en las calles, secuestros, grupos delictivos organizados quienes han cometido serios crímenes a la vista de todos, particularmente en la ciudad de Tijuana, San Diego, Rosarito y sus alrededores, dejando a la comunidad perpleja y temerosa al reconocer que no se puede estar seguro en ningún lugar, ya que estos individuos no tienen respeto por la vida, no tienen consciencia ni valores, lo único que les mueve son sus intereses y su avaricia que los lleva a poner en riesgo o arrebatar la vida de cualquier civil inocente que camina por las calles.

La violencia es como un cáncer, pues no se sabe con certeza la cura que podría generar un cambio para bien en la sociedad. Con tristeza decimos que este cáncer ha llegado muy lejos y ha infectado a todos, aún a nuestro querido Mexicali.

Es lamentable ver que en el lapso de semanas ha habido varios asesinatos a individuos inocentes que por estar en la hora o en el lugar incorrecto, quizás con la compañía inadecuada o simplemente por estar en la mira de aquellos quienes a costa de unos pesos roban brutalmente la vida de sus víctimas, sin tener ninguna opción de refugio o escape en un momento instantáneo cuando se encuentra en medio del peligro.

¿Cómo sentirnos seguros ante tales hechos? ¿Cómo salir a la calle de compras, llegar a un banco, llegar a un lugar público sin tener el temor de que algo pueda suceder? ¿De que estas lacras de la sociedad quienes han decidido ganarse la vida de la forma más vil: robando, creando pánico, o asesinando, no vendrán a atacar a cualquiera de nosotros, a cualquier ciudadano que por simplemente salir a un lugar público, pudiera convertirse en víctima de este cáncer de violencia que parece no parar y no tener cura?

Me gustaría no perder la esperanza y creer que las autoridades tanto locales, estatales y federales, harán lo correcto; por otro lado quisiera creer que los infectados con este cáncer tendrán esperanza de cura, y podrán reformarse; que podrán entender que la vida es preciosa y que deben respetarla, que siempre habrá formas honestas de ganarse la vida sin tener que acudir a mancharse las manos de sangre por unas monedas.

Finalmente, creo que tratando de encontrar la raíz del problema tanto sociedad como gobierno somos responsables de esta población infectada con este tipo de cáncer, porque los organismos civiles no han hecho lo suficiente para proveer de educación, principios y valores a las comunidades, porque el gobierno no ha proveído los recursos necesarios y los medios para que sus habitantes, desde la infancia, tengan una educación con valores que les permita tener una mente sana y una mentalidad de triunfadores para que al crecer se transformen en personas de bien, incapaces de hacer daño a su prójimo.

Lo que está sucediendo no es bueno para nadie. No debemos quedarnos sentados esperando a que este cáncer crezca y nos aniquile a todos. Debemos preocuparnos por encontrar la cura, y que tanto los ya infectados como las generaciones futuras puedan ser capaces de valorar la vida, respetar al prójimo y anhelar dedicarse a actividades que les permitan ganarse la vida de manera honrada y honorable, procurando el bien común de los suyos y de la sociedad donde viven. ¿Qué haremos?

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