Eduardo Navarro González

Este viernes 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer y con ello, como hace casi un siglo, se ponderan los esfuerzos de las féminas por la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo.

Para quienes piensan que esta fecha conmemorativa es común baste recordar, según parte de la historia del Día de la Mujer inscrita en Internet, que “se refiere a las mujeres como artífices de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre. En la antigua Grecia, Lisístrata empezó una huelga sexual contra los hombres para poner fin a la guerra; en la Revolución Francesa, las parisienses que pedían “libertad, igualdad y fraternidad” marcharon hacia Versalles para exigir el sufragio femenino”…

Hay más historias que contar de esta incansable lucha femenina, la mayoría impregnadas de sufrimientos que en no pocas ocasiones también fueron protagonistas mujeres que perdieron valores hacia su propio género y con ello cómplices activas de viacrucis indeseables para nadie y de muy triste memoria.

Pero veamos lo positivo desde un punto de vista común, sin análquoisis ni conclusiones fáciles, sino con una “vista” generalizada de los logros de las mujeres en el mundo entero, ya sea participando muy exitosamente en espacios que décadas atrás eran exclusivas para el hombre y en incontables ocasiones superando expectativas y marcando diferencias difíciles de superar.

En la desigual competencia con el hombre, la mujer ha sido insuperable en uno de sus perfiles más valiosos y representativos como es ser el pilar de un hogar, de una familia y con ello artífices en la formación de personas de gran valía para cualquier sociedad.

Ahí, en la modestia del hogar –sin subestimar la capacidad femenina en otros espacios donde se desarrolla– su quehacer es extraordinariamente importante porque de ella depende gran parte del curso que tomen hijas e hijos para forjar el destino de nuevas vidas, y no porque el hombre sea conscientemente ajeno, sino por la simple y sencilla razón del tiempo que como madres dedican a educar, alimentar y dar consejos útiles en la formación de sociedades sanas y productivas.

¿Qué hacer ante tanta entrega y dedicación de la mujer como “pibote” o “piloto” de una familia?…apoyarla, respetarla, fortalecerla y, sobretodo, proveerla de los más elementales componentes para que su entrega sea lo menos “dura” posible, más cuando el hombre –ahí sí– y equivocadamente se comporta conscientemente ausente de la dedicación y contribución que como tutor/padre debe demostrar en el hogar y/o al dar todo de sí por un trabajo, el que sea…

En ese orden de ideas, la mujer por lo que es y representa debe ser motivo de admiración constante, porque sin ella cualquier quehacer humano podría tener resultados insatisfactorios, más aún cuando su existencia es insustituible en la máxima de la Creación: dar vida…

Por todo eso en este como en todos los días del año, a todas horas y escenarios, hay que concederles espacios para escucharlas, entenderlas y responderles con actitud de respeto y gratitud. Es lo menos que puede hacer el hombre que, por mucho y con contadas excepciones, sigue siendo el peor depredador en la historia de la vida misma. ¿O no?

Facebook Comments

Comentarios

comentarios

GRACIAS A TU DONATIVO PODERMX SIGUE SIRVIENDO A LA COMUNIDAD.