Esta fue la última columna escrita por el periodista Santiago Barroso Alfaro para la plataforma de noticias Red 653, el pasado 15 de febrero, antes de ser asesinado. Como exigencia hacia las autoridades de los tres órdenes de gobierno para que frenen los ataques a la prensa y resuelvan de manera pronta y eficiente este cobarde asesinato, la compartimos de manera textual e íntegra. Descanse en paz nuestro amigo y colega.

Santiago Barroso (+) Red 653

Usted coincidirá conmigo, hablar del emporio construido por Joaquín Guzmán Loera sin incluir a San Luis Río Colorado, sería una notable omisión.

Para nadie es un secreto, por su ubicación geográfica, la frontera Noroeste de Sonora es un punto estratégico para concretar el cruce de droga a Estados Unidos -el mercado meta del “Chapo” y de cualquier otra organización criminal dedicada a la misma actividad.

Y no es una mera presunción, aclaro, tanto la DEA, en el vecino país, como la PGR, en México, así lo han reconocido en distintos informes oficiales.

Pero, ¿en qué momento el afamado capo de la droga volteó a ver el “potencial” de San Luis Río Colorado y lo incluyó en la ruta del temido Cartel de Sinaloa? ¿Quiénes fueron las personas en las que originalmente se apoyó para abrir brecha y asumir el control paulatino de la plaza?

El corredor San Luis, Sonora-San Luis, Arizona pasó a ser parte de la organización de Guzmán Loera desde el momento en que éste asumió el liderazgo del cártel, tras la caída de Miguel Ángel Félix Gallardo, en sociedad con Héctor “El Güero” Palma.

El primer hombre al que le confió la plaza fue a José Luis Angulo Soto, alias “Mi Niño”, a principios de los años 90.

“Mi Niño”, apodado así por la corta edad a la que empezó su carrera criminal, abrió brecha con su primo Adán Cázarez Angulo y la banda de Los Alacranes.

Ellos, junto con Eduardo Barraza Gastélum, “El Pony”, llegaron a amasar tanto poder que tuvieron la osadía de robar 476 kilogramos de cocaína de las oficinas de la PGR.

Sí, casi media tonelada de polvo blanco que el entonces comandante de la Guarnición Militar de la plaza, el general Antonio Mimendi, se vio en la obligación de decomisar, luego que la avioneta Cessna 210 en la que era transportada procedente de Sinaloa, se desplomó por una falla mecánica cerca de “El Doctor”.

La madrugada del 21 de mayo de 1997, un grupo de sujetos entró como “Juan por su casa” a las instalaciones de la Obregón entre 11 y 12 y recuperó la carga propiedad del “Chapo”.

Por estos hechos, y ante la vergüenza nacional a la que el nuevo zar de la droga sometió a la PGR, el general Mimendi, el agente del Ministerio Público Federal, Alberto Gómez, y una veintena de policías federales y soldados, fueron procesados y muchos de ellos condenados a prisión.

Esa, sin lugar a dudas, fue la primera demostración de poder del Cártel de Sinaloa en este corredor fronterizo, aunque a la postre representaría la debacle de “Mi Niño” y “El Pony”, toda vez que pusieron a hervir la plaza y tuvieron que poner tierra de por medio.

“Nacho” Avilés, un pariente y homónimo del legendario narco de los años setenta, fue quien asumió entonces el control del trasiego local.

Apoyado por “Lulú” Munguía, se dio a notar por un caserón en la avenida Mazatlán entre las calles 12 y 13 y un negocio de muebles ‘de caché’ en la Madero y Quinta.

Al tiempo, “El Nacho” fue detenido por la DEA y “Lulú” falleció misteriosamente en un accidente automovilístico.

Por esos tiempos, la banda de Los Heras, con Reynaldo (“El Rey” Heras) y el joven Carlos Eduardo (del mismo apellido) al frente, empezaron a reforzar el brazo del cártel en San Luis. Al “Rey” le alcanzó pronto su destino y a Carlos le llegó varios años después en las afueras de su casa, en el fraccionamiento Villa Colonial.

Piezas importantes dentro de la estructura también fueron Víctor Manuel Contreras Espinoza, “La Tamalera”; Gonzalo Inzunza, “El Macho Prieto” (supuestamente abatido en un enfrentamiento con la policía en Puerto Peñasco) y Manuel Garibay Espinoza, “El Manuelón” y/o “El Michoacano” –oriundo y actual residente del ejido Pescaderos, en el Valle de Mexicali.

En su momento, todos ellos fueron muy efectivos, pero algo que les caracterizó y que al “Chapo” no le convenía, porque le representaba “calentar” de manera innecesaria la plaza, es que eran extremadamente violentos.

Por eso, durante una buena temporada le confió el mando a Armando López Aispuro, alias “El L” y/o “El Licenciado”, un sujeto de perfil bajo del que solo se supo, llegó a comprar el “antro” de la Obregón y 11, justo “en las narices” de la PGR.

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Durante todo ese tiempo y hasta su última detención, Joaquín “El Chapo” Guzmán supuestamente estuvo en varias ocasiones en esta frontera.

El 18 de marzo de 2003, el día que en que cayó “La Tamalera” en la calzada Constitución tras abrir fuego contra policías municipales, se rumoró que un misterioso hombre que logró darse a la fuga durante esa persecución era nada más y nada menos que el jefe del Cártel de Sinaloa.

Años después corrió la versión de que había estado en el restaurante que hasta hace poco se localizaba en la Libertad y 12, para lo cual habría mandado cerrar el local con todo y comensales adentro.

Más adelante, el entonces comandante de la milicia en la ciudad, el polémico general Raúl Güereca, me llegó a confiar haber recibido un “pitazo” de que el “Chapo” andaba en la zona Centro, para lo cual desplegó un operativo que al final se redujo a una falsa alarma.

Lo que sí es un hecho, es que el hoy sentenciado a cadena perpetua en Estados Unidos, cavó al menos media docena de narcotúneles a lo largo de la frontera con San Luis, Arizona (con un valor de entre 2 a 3 millones de dólares). Algunos han sido descubiertos y destruidos por autoridades norteamericanas, otros continúan tan activos y redituables como siempre.

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