Para bien de todos, concluye hoy, en punto de las 00:00 horas, una de las etapas más desafortunadas, tristes y desastrosas de quienes han encabezado desde el Poder Ejecutivo los esfuerzos de los bajacalifornianos.

Jaime Bonilla Valdez, un hombre que, subido sobre la ola, amparado y respaldado en el nombre de Andrés Manuel López Obrador, desplazó a los gobiernos del Partido Acción Nacional y alcanzó la gubernatura del Estado, deja a Baja California sumida en la división, la corrupción y lamentablemente, una evidente confrontación.

Su gobierno ha sido hasta ahora, sin temor a equivocarme, el más decepcionante en la historiasocial y política de este productivo estado.

Encaramado en su pedestal y envuelto en su arrogancia, Bonilla Valdez no logró nunca, por más videos armados que suba a su red, entender que su responsabilidad como gobernador era la de sumar para multiplicar, no restar para dividir.

Siguiendo -equivocadamente- los lineamientos de la llamada Cuarta Transformación, nunca supo establecer acercamientos con los representantes de los sectores productivos del Estado. Tampoco supimos de una construcción de acuerdos con los dirigentes de las otras fuerzas políticas, salvo sus sumisos y reptiles aliados del PT y PVEM.

Ni siquiera las docenas de encuestas a modo,pagadas con recursos públicos que regularmente, un personaje cercano al jefe del Ejecutivo transportaba en efectivo a la Ciudad de México, sirvieron de mucho para posicionar positivamente su imagen

Los bajacalifornianos en su mayoría ni siquiera alcanzaron a conocerlo en persona. Visitó Mexicali unas cuantas ocasiones y en sus giras por la Zona Costa viajaba en helicóptero y las “suburbanas machuchonas” que el presidente López Obrador dice que ya no se usan en los gobiernos de MORENA.

De entrada, intentó, con la ayuda de sus entonces incondicionales súbditos en el Congreso del Estado y luego del escándalo de los “moches”, violar la Constitución Política del Estado para extender su mandato lo cual, afortunadamente, fue frenado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Jaime Bonilla Valdez podrá regresar a la Ciudad de México y refugiarse en el Senado de la República o esperar una posición en el gabinete del gobierno de su amigo el presidente de la República.

Pero difícilmente podrá caminar por las calles de las ciudades de Baja California sin que sea señalado por una gran mayoría de los ciudadanos, incluyendo tal vez aquéllos que resultaron beneficiados con los programas sociales, como el peor gobernador de este estado.

Seguramente, fiel a su comportamiento arrogante, autoritario y prepotente, tampoco le interesa mucho circular por territorio bajacaliforniano, pues para eso sigue disfrutando de la doble nacionalidad y de su residencia en San Diego, California.

Su marca quedará ahí en los miles de muertos por la inseguridad, el manejo desastroso de la pandemia por COVID-19, los criminales cortes de agua, pero sobre todo en su actitud arrogante, petulante, altanera y soberbia con la que se condujo a lo largo de estos últimos 19 meses de su decepcionante gobierno.

La pesadilla parece que terminó y echarle la palada final le corresponderá al nuevo gobierno de Marina del Pilar Ávila Olmeda quien deberá asegurarse de sepultar este espantoso pasado boca abajo para que no vuelva jamás.

Porque, en la noche de brujas, todo puede suceder.

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