Yolanda Sánchez Ogás

El 16 de septiembre de 1810 se inició la lucha por la independencia. Una parte de los habitantes de la colonia, entonces llamada Nueva España decidieron levantarse en armas contra el imperio español. Pretendían lograr la independencia y constituirse en una nación libre y soberana. En el centro y sur del país, la lucha duró casi once años, hasta 1821 cuando se firmaron los tratados de Córdova, que otorgaron al país, luego llamado Imperio Mexicano, la independencia de España.

En Baja California la larga lucha por la independencia, esos 11 años de guerra que se padeció en el centro de la Nueva España, acá no ocurrió. La lejanía de los grandes centros de población donde se luchó, una población indígena ajena a cualquier noticia del centro del país y los escasos barcos que llegaban a la península, impidieron que las noticias de la guerra se conocieran.

Los únicos que recibían información eran los misioneros y a ellos no les convenía la independencia, porque terminaría su dominio, casi soberano, de más de cien años sobre este territorio y su gente. Al término de la guerra y cuando se pretendía realizar las juras de la independencia en las Californias, los misioneros fueron los únicos que se opusieron.

En Baja California no hubo luchas armadas, pero si se sintieron los efectos de la guerra, porque dejaron de llegar los barcos con pólvora, velas, tabaco, telas, ropa, comida, todo lo que requería la población española de las misiones y que no se producía en estas tierras. Se suspendió el pago de los soldados, el envío de uniformes y armas. En la península se empezó a carecer de medios de subsistencia.

José Manuel Ruiz, entonces comandante de la escolta en la misión de San Vicente Ferrer, que era el centro militar de la frontera, se quejaba de las carencias que padecían los soldados:

“Me fue preciso mandar la recua del Rey a San Diego en busca de bastimento para medio socorrer las necesidades que esta pobre tropa padece y es regular, que cuando ésta regrese, repita otro viaje a buscar algún ganado, pues de lo contrario padecerán de hambre estos infelices que me quiebran el corazón, verlos muertos de hambre y desnudos (…)

La mulada del rey como la de la tropa se está muriendo de flaco, pues no nos ha caído una gota de agua, y según veo no nos caerá, pues el tiempo ya pasó. Pues en cuarenta años que estoy en la frontera no he visto un año tan riguroso como este”.

La guerra terminó en el centro del país y en Baja California no tuvo trascendencia, hasta que los barcos piratas El Araucano e Independencia con capitanes ingleses y marinos chilenos, recorrieron la costa peninsular, atacando Loreto. Ya antes, en noviembre de 1918, el bucanero francés Bouchard, con las fragatas Argentina y Chacabuco, había atacado Monterrey, entonces la capital de las Californias y la misión de Santa Bárbara.

Esto preocupó al gobierno imperial, que envió una comisión de funcionarios, para que hicieran la declaración de independencia en las poblaciones importantes de las Californias: San Antonio, Loreto, San José del Cabo, Monterrey y San Vicente.

El 16 de mayo de 1822, llegó la comisión a la ex misión de San Vicente. Después de leer el Acta de Independencia, el Plan de Iguala, y el tratado de Córdova, el comandante de la frontera, José Manuel Ruíz, ordenó a la tropa que presentaran armas. Después, los soldados y la población juraron la independencia de México, que se celebró con una salva de disparos de cañones y el repique de las campanas de la misión de San Vicente. Así se consumó la jura de la independencia en Baja California.

Años después, el subprefecto del partido norte de Baja California, Manuel Clemente Rojo visitó San Vicente y los pobladores todavía recordaban las penurias que pasaron esos años de la guerra de independencia. Rescató una copla que cantaban los habitantes del poblado para reírse de sus propias carencias.

El cerro de San Vicente
está que se cae de risa,
de ver a los vicenteños,
en túnica y sin camisa.

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