Yolanda Sánchez Ogás

Para la mayoría de los mexicanos, jikú, como nos llaman los indígenas, es desconocida la ceremonia del Lloro. En más de 40 años que he visitado la comunidad cucapá no había presenciado ninguna. Sí dos cremaciones; una de don Juan García Aldama en 1991 y hace algunos años la de Onésimo González Saiz.
En esos 40 años sí se han hecho lloros en otras comunidades, en la pa ipa de Santa Catarina y en San Antonio Necua. Ahora se realizó en la comunidad El Mayor Indígena Cucapá, en recuerdo de la señora Inocencia González Saiz. Esta señora, jefa tradicional de la comunidad hasta el año pasado, fue objeto de la ceremonia de El Lloro.
El Lloro es una ceremonia que se realiza al cumplirse un año de la muerte de una persona. Con pequeñas diferencias, en todas las comunidades yumanas, esta ceremonia tiene el mismo objetivo: ayudar a la persona finada a llegar al lugar definitivo donde descansará. Para lograrlo, se deben quemar todos los objetos que haya usado en vida y aún permanezcan en su casa.
Hace unos 45 años, cuando las casas eran de algunas plantas y árboles, se quemaban junto con los objetos. Para la ceremonia en las comunidades de la sierra, se cubrían las paredes con telas nuevas, se compraba ropa nueva semejante a la que usaba el difunto, flores, veladoras, una foto y se hacía una comida, lo que significaba un alto costo. En parte por eso dejaron de hacerse. Desde el día del Lloro no se pronunciaba más el nombre de la persona, se le llamaba el finado.
En el lloro de Inocencia, frente a su casa se colocó su cama y sobre ella los objetos que usó, envueltos en telas nuevas. La ceremonia inició a las seis de la tarde y terminó a media noche. Especialmente vinieron personas cucapá de Poza de Arvizu, San Luis, Sonora. Personas que conocen la tradición y dirigieron el ritual.
Alrededor de doce personas, tocaban la sonaja, mientras las mujeres, al frente, con sus vestidos tradicionales, bailaban. En sus manos cargaban algunos de los objetos envueltos en las telas y los movían al son de la música. Esto se repetía muchas veces, luego músicos y mujeres tomaban un pequeño descanso y repetían sus danzas. Las personas que conocieron a Inocencia llevaron algunos regalos de lo que a ella gustaba.
Las personas indígenas y no indígenas invitadas, permanecían sentadas frente a la casa, sólo observando. Alrededor de las diez de la noche cambió la posición de las danzantes y músicos. En fila, empezaron a bailar alrededor de la cama por un buen rato. Después el señor mayor que dirigía el rito, habló en su lengua, sobre Inocencia y terminó agradeciendo la presencia de todos. Luego se repitió el mensaje en español por quien dirigía la música.
La música y danza continuó hasta muy cerca de las once y media de la noche, hora en que debían llevarse los objetos de Inocencia al panteón.
Previamente en el panteón cucapá “El Meganito”, se había cavado una fosa a donde a media noche se llevaron los objetos para quemarlos y así Inocencia logrará llegar a su lugar definitivo. Sólo dos personas son las encargadas de realizar la última parte del Lloro, porque creen que pueden ocurrir cosas imprevistas no agradables, con los espíritus de otros difuntos. Tocó a Jaziel Soto, su nieto y a su sobrino Noe Navarro concluir con el ritual del panteón. En este caso, otras personas también asistieron.
La familia prepara una comida para ofrecer a la familia y amigos presentes. En este caso, por el reconocimiento que tenía Inocencia, hubo una gran asistencia de nativos y mexicanos. Los asistentes colaboran con sodas, pan, café, fruta y otras cosas. Después de terminado el ritual, el Lloro se convierte en una fiesta.
Leticia Maldonado Kostelitzky, Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar y 129 personas más
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