Yolanda Sánchez Ogás
Inocencia González Sáinz, relata sus vivencias sobre las costumbres funerarias cucapá:
A mí ya no me tocó ver quemar a los muertos, pero en el panteón, aquí en el Meganito, era donde los quemaban. Ay había bolas de chaquira, porque cuando los quemaban les echaban chaquira y todas las cosas que tenían le echaban allí, decían que para que ellos se lo llevaran, porque era de ellos.
Duraban varios días quemando a los muertos porque algunos huesos tardaban mucho en quemarse y cuando ya había puras cenizas allí mismo los enterraban, a veces en ollas de barro. Para quemarlos hacían como un tapanco de troncos y los acostaban allí, y si tenían cobijas o algo, todo lo metían abajo, juntaban mucha leña, la gente estaba allí y cantaba y bailaba.
Yo miré a la difunta Mariana cuando la tenían tendida, tenían una lumbrada muy grande y le bailaban alrededor del cajón y le cantaban en cucapá.
Estaban muchos indios de todas partes porque ella era muy famosa, tenía mucho ganado y a su casa llegaba gente de todas partes a comprarle, indios y mexicanos y hasta americanos. Yo tenía como 6 o 7 años por eso no me acuerdo si la quemaron. La difunta Mariana era tía de mi amá, se llamaba Mariana Domínguez. Recuerdo cuando le estaban cantando y bailando alrededor. Mi tía Mariana tenía mucho ganado, era la más rica de estos rumbos, por eso a esa parte donde ella vivía le dicen ahora Colonia Mariana.
Cuando ponían el cuerpo del difunto en el tapanco de troncos, la cabeza tenía que colocarse rumbo al sol porque dicen que cuando se muere se va la gente derecha para el sol, por eso todos los cucapá que mueren los entierran la cabeza al lado del sol y cuando los queman también los ponen con la cabeza por donde sale el sol. 2
Lo que si me tocó ver fue que quemaran casas, cuando se moría alguien, quemaban las casas, la gente se iba a otra parte a vivir, pero hace como 20 años que ya no se queman casas, cuando mi amá murió, hace como 20 años, ya no se quemó porque ella no tenía casa, vivía con un hermano y no se quemó la casa.
Cuando se moría un indio, a la demás gente otro día la metían al humo de cachanilla para que se saliera el espíritu malo y para que no anduvieran por ay loqueando o riéndose. Cortaban mucha cachanilla verde y le prendían lumbre y, luego bañaban a los chamacos y después los metían al humo de la cachanilla para que se les metiera al cuerpo y no se asustaran. Como cinco días no se les daba a comer manteca, ni nadie debía reírse ni hablar, era como luto.
Las casas se quemaban
La costumbre de quemar las casas y los objetos de los difuntos se mantuvo hasta fines del siglo XX, sobre todo en Santa Catarina, donde las casas se construían de ramas. La última casa que se quemó en Santa Catarina fue la de Margarita Castro, en la década de los años ochenta, cuando murió una de sus hijas. Quemó la casa y todas las pertenencias. Con mucho esfuerzo construyó una nueva casa y tardó bastante tiempo en adquirir los muebles y enseres necesarios.
“Cuando murió mi hija, cuatro días después, cuando terminó el funeral, nos juntamos todos, familiares y amigos y juntamos toda la ropa, camas y otras cosas que mi hija usó. Quemamos las dos casas que teníamos. Las casas se queman en la madrugada, cuando cantan los gallos, porque a esa hora se van los espíritus. Lo que no se pudo quemar lo quebramos para que nadie lo vuelva a usar. Nos quedamos sin nada mis nietos y yo, alguna gente nos ayudó con comida y cobijas y apenas ahora estamos haciendo otra vez la casa, todavía no tenemos ningunos muebles.
Las casas se queman porque es muy triste ver donde anduvo el finado.
Cuando las casas son de ladrillo y no pueden quemarse se dejan un año solas. Cuando pasa el año se quema chamizo blanco y se hecha agua para que se haga mucho humo y se salgan los malos espíritus y puedan volver a vivir en ella los familiares del finado” (Testimonio oral de la señora Margarita Castro, de Santa Catarina)