No le echemos la culpa a los migrantes de nuestro cochinero. Los momentos de crisis exhiben en los individuos, en las sociedades, su verdadero rostro. Así, igualito como cuando le das poder a un hombre -o mujer- y de un día para otro cambia de forma radical, o como cuando tu compadre se saca la lotería y luego ya no te quiere ni hablar (perdóname compadre, no me podía quedar con el reclamo, jaja).

Ya hablando en serio, dicen los profundos pensadores que lo que destruye o hace crecer al ser humano no es propiamente los problemas con los que se encuentra, sino la forma en que son enfrentados y resueltos. A diferencia de lo sucedido con la tan pronosticada tormenta del siglo que nos pasó rozando, la caravana de migrante nos pegó de lleno. Llenos de miedo al puro estilo estadounidense, muchos cachanillas nos encerramos a piedra y lodo, advertimos a nuestros hijos del peligro de ver a los ojos a los aliens que venían de Centroamérica, y replicamos noticias falsas al respecto, dándolas como ciertas.

En cafés, comidas, piñatas, despedidas de solteras, centros de trabajo, baños públicos, pasillos del mercado y tortillerías, el tema era “qué pedo con los migrantes, ¿eh?…se va a poner bien feo, vienen muchos delincuentes, traen SIDA, hepatitis, enfermedades raras, dicen que ya violaron a una niña en Tijuana, son bien exigentes, son puros pandilleros, odian nuestros frijoles…”, conversaciones que tuvieron el mismo efecto Donald Trump (para no decir López Obrador, porque luego se ofenden algunos): Dividir a nuestra sociedad.

Pero trate usted ponerse en los zapatos de nuestros distinguidos visitantes. ¡Y no le invento!

Antes de llegar a Baja California venían con miedo, algunos con terror, pues al investigar sobre nuestro estado se dieron cuenta que casi a diario había balaceras, “ajustes de cuentas”, guerra de pandillas, violentas protestas, asesinato de mujeres casi a diario; en pocas palabras, una terrible crisis social y política. Aquí permítame hacer un primer reconocimiento  a los medios “tradicionales” por presentar a Baja California ante el mundo como una sociedad desquebrajada.

Pero las cosas se pusieron peor a su arribo a Mexicali. Primero fueron a tirarlos -literalmente- a un albergue donde durmieron en el piso de tierra, sin agua para tomar y mucho menos comida para saciar el hambre que desde hace un día los invadía. Por eso decidieron salirse de ahí, porque se sentían desfallecer.

A pie, comenzaron a andar rumbo al Centro Histórico. Se encontraron con una ciudad llena de basura, de llantas de desperdicio, de contaminación, sin transporte público que los trasladara hacia el punto de reunión, y sin botes de basura…sí, ¡algo tan sencillo como eso! “Si de perdida nos dieran unas bolsas grandes, podríamos depositar nuestra basura, pero ni eso tenemos y tenemos que viajar con nuestra basura”, me comentó Antonio, un joven herrero hondureño con quien caminé algunos kilómetros.

Un niño migrante lee un libro para colorear que encontró entre la basura.

La otra decepción. Los migrantes tuvieron que caminar por por la calle pues las banquetas de Mexicali están destruidas. Si usted quiere fracturarse una pierna, lo ideal es caminar por las banquetas del Hípico o de la colonia Nueva. ¡No hace falta ser ingeniero para notarlo!

Tuve la oportunidad de entrevistar a una familia que descansaba en un parquecito de la avenida Colón y la calzada Gómez Morín. Ellos se recostaron en un montón de basura que mexicalenses depositaron ahí desde hacía días. Entre el basural había los restos de una televisión análoga, catálogos de ropa y zapatos, hojas secas de árbol y un colchón que usaron para recostarse unos minutos. Un niñito de 8 años que hacía la caminata desde Guatemala en chanclas, encontró ahí un tesoro: un libro de colorear que leyó de principio a fin y luego lo compartió con otra pequeña que venía en el grupo.

Y para rematar, los migrantes llegan a nuestro Centro Histórico sin botes de basura, con las banquetas -para variar- destruidas, y donde contrataron el servicio de una empresa de autobuses (mexicalense) que estuvo a punto de fraudearlos, pues en vez de enviarles diez camiones, les mandaron solo 8. Luego de presiones de medios locales, “aparecieron” los otros dos vehículos y finalmente los migrantes se fueron rumbo a Tijuana.

¡Qué pena con los migrantes! Nos han de tachar de racistas, de cochinos, de tibios al no exigir a nuestros gobiernos que nos den unas condiciones dignas para convivir. Aún así, se fueron con con una grata impresión de nosotros, pues en contrapeso, se encontraron con decenas de cachanillas que les dieron agua, comida, vestido, un pesito, raite, les hablaron de esta hermosa ciudad y su historia, en resumen, los trataron como seres humanos.

Espero que eso haya servido para emparejar el marcador y limpiar nuestra conciencia colectiva.

Moraleja: No le echemos la culpa a los migrantes ni a las obras de la garita, de los problemas que ya tenemos desde hace tiempo.

Despedida: ¡Qué bueno que no soy malpensado! Si no, ya estaría seguramente pensando que el “perdón” ofrecido por Andrés Manuel López Obrador a sus antecesores ladrones, es en agradecimiento a haberlo dejado llegar a la Presidencia de la República y México, Licenciado, no votó por eso en las elecciones…pero qué bueno que no soy malpensado.

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