Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar

Fue en agosto de 1988 la primera vez que comí en el restaurante “Sara’s”, sitio obligado para todo estudiante de la universidad. Ricos platillos, estilo casero; un recinto muy acogedor, con excelente atención y precios accesibles. No se podía pedir más. Acababa yo de arribar a Mexicali, para realizar mis estudios en la UABC, y haber encontrado ese lugar cerca del campus fue para mí casi una bendición.

Conocí a Sara Sánchez Santillán, su dueña, cierta vez que me encontré en el restaurante con la señora Zeida Villalvazo, amiga y comadre de mi mamá. Ella me saludó con mucho afecto y me presentó con Sara, pues tenían amistad desde algunos años atrás y en esos días la visitaba.

–Es un muchacho de Guerrero Negro –le dijo.

Sara me saludó sonriente y se puso a mis órdenes.

–Cuando se te ofrezca, cuando no tengas para la comida, ven aquí.

Y se me ofreció. Mi trabajo como corrector en el periódico “Novedades” me daba apenas lo necesario para vivir. Debía ahorrar al máximo. Una tarde, en que no tenía para comprarme algo de comer, antes de entrar a mis clases vespertinas en la Escuela de Pedagogía fui al restaurante y me acerqué a Sara.

–Me da mucha pena –le dije–, pero quería pedirle si me permitiera comer y después le pago.

–No te preocupes por el después –me contestó. Y llamó a una de las meseras–: Tómale la orden y sírvele lo que te pida.

Creo que fue la única vez que acudí ante Sara de esa manera. Nunca me quiso cobrar ese servicio, un favor que le agradeceré por siempre.

Seguí siendo su cliente. Ya tenía mi mesa. Las meseras me conocían como “el profe”, los hijos de Sara siempre me saludaban amablemente; llegué a conocer a comensales asiduos, a grupos de señores que cada tarde se reunían a compartir un café.

Durante los fines de semana y las vacaciones me refugiaba en el restaurante para leer y estudiar. Pedía mi comida y me quedaba horas enfrascado en los libros. Y cuando tuve mi primera laptop y el negocio contaba con internet gratuito, me pasaba las tardes navegando por la red, pues me daban la oportunidad de conectar el equipo a los tomacorrientes. No fueron pocas las ocasiones en que se retiraban todos los trabajadores y me pedían que cubriera mi consumo en la taquería que funciona en la parte exterior del local, pues yo seguía escribiendo en la computadora.

No tenía la oportunidad de saludar a Sara en cada ocasión. A veces nos encontrábamos en la puerta, yo entrando y ella saliendo, o viceversa; en ocasiones en la caja registradora; otras mañanas o tardes podía verla sentada con algunos de sus clientes, conversando animadamente. Siempre, con esa gran sonrisa y amabilidad tan propias de su personalidad.

Cada fin de año, los días previos a navidad ella me preguntaba si acudiría a visitar a mi familia a Guerrero Negro y le enviaba saludos a su amiga Zeida. En enero me abordaba de nuevo, queriendo saber noticias de mi pueblo natal.

Innumerables veces compartí en ese lugar desayunos, comidas, cenas, cafés, con amigos, familiares, exalumnos. Hace un año, cuando mi hermano Chichí vino a Mexicali a arreglar algunos asuntos en el centro de gobierno, fuimos a desayunar –¡claro!– al “Saras”; y la sorpresa fue que ahí nos encontramos con nuestro primo Álvaro Aguilar, entrenador de boxeo quien estaba en la ciudad acompañando a un joven que tendría función esa tarde.

Entre los recuerdos que conservo de mi hermana Michita (fallecida hace un año) en sus visitas a esta ciudad se encuentran horas y horas de sobremesa en el “Sara’s”. ¿Dónde más?

En los años recientes, cuando mis compañeros del Instituto Salvatierra me han aconsejado que rente alguna casa cercana a la escuela, les he dicho: “El ‘Sara’s’ me quedará muy lejos”.
No he vuelto desde marzo. Y tengo pensado, si Dios me permite superar esta cuarentena, acudir a desayunar o comer a ese restaurante tan querido por mí el primer día que pueda salir otra vez a la calle.

Pero acabo de enterarme de que ya no saludaré a Sara. Falleció el día de hoy, según he leído en una publicación del profesor Raymundo Félix (el “Reyna”). ¡Una noticia que ha ensombrecido mi día y que seguramente entristecerá también a decenas de personas, esa gran clientela que ella tenía y a la que fue fiel durante casi cinco décadas!

Una tarde de algunos años atrás esperé mi turno para pagar en la caja, tras un grupo de estudiantes. Sara los atendía. Al acercarme a cubrir mi consumo, me saludó sonriendo y me dijo: “Esos muchachos también vienen de Guerrero Negro”.

Recordé entonces aquel día cuando Zeida me presentó con ella, cuando ella se puso a mis órdenes. Y aquella tarde en que, apenado, acudí esperando que me tendiera la mano que me había ofrecido. Y pensé que quizá, alguna vez, esos jóvenes paisanos también se presentarían en el restaurante con el estómago y los bolsillos vacíos y ella, de nuevo, seguramente diría a sus meseras: “Sírvanles lo que pidan”.

¡Feliz viaje, Sara! ¡Un gran abrazo hasta donde se encuentre, con todo mi aprecio y mi agradecimiento por siempre!

Facebook Comments

Comentarios

comentarios

GRACIAS A TU DONATIVO PODERMX SIGUE SIRVIENDO A LA COMUNIDAD.