“El final se acerca ya, lo esperaré serenamente…”, se escucha entonar junto a los primeros acordes de una peculiar versión en español de la canción My way. Pareciera que el virtual expresidente Andrés Manuel López Obrador la interpreta todos los días para convencerse de dar la bienvenida al día menos deseado de su vida: la entrega de la banda presidencial.

Sí de por sí, el tabasqueño es un parlanchín, aprovecha los últimos días de su gestión como primer mandatario para extender sus discursos, que nunca han sido breves, tanto como el público aguante.

De acuerdo con una rápida consulta que hice en internet, descubrí que, contrario a lo que yo pensaba, sí existen discursos más largos que los del finado dictador cubano Fidel Castro. Resulta que los oradores que han registrado un mayor tiempo de disertación son el francés Lluis Colet, quien habló por 124 horas seguidas. Jayasimha Ravirala, de India, con 120 horas ininterrumpidas. Además, los senadores estadounidenses Storm Thurmon, con más de 24 horas; Ted Cruz, con 22, y Rand Paul, quien habló 12 horas.

En su historial, Castro Ruz cuenta con sendas peroratas. Las más conocidas son el discurso de cuatro horas y media ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 1960, y cuando asumió (nuevamente) el gobierno en 1998, pronunciando un discurso ante el Parlamento cubano con una duración de más de siete horas. Los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro se han empeñado en seguir los pasos del comandante, a quien han considerado un digno ejemplo a seguir, no sólo en la oratoria, sino en la manera de organizar el gobierno y ejercer el poder.

López Obrador quiso seguirles el paso durante su sexto y último Informe de Gobierno hablando más de dos horas. Días antes, y de manera reiterada, incluso durante la propia pronunciación del discurso de “rendición de cuentas”, advirtió que hablaría mucho, porque hay mucho que informar: “A ver, les pregunto: ¿Ya se cansaron? Que conste que les dije de que iba yo a tardar…”.

Aunque la transparencia ha sido una deuda pendiente desde hace mucho tiempo y gobiernos atrás, ninguna se había atrevido a procurar eliminar el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos (INAI). Aún estamos en pañales en dicha materia y ya están por desaparecer al único organismo que nos garantizaba el precepto constitucional de libre petición. Sin embargo, la actual y futura administraciones tienen otros datos, para ellos el INAI sobra.

Retomando el tema principal de esta entrega, es preciso recordar que una de las grandes pasiones del señor López Obrador es la historia, particularmente la historia de las ideologías con las que tanto simpatiza. “…no desdeñamos las ideas y las obras de los grandes pensadores y políticos en la historia del mundo”, dijo frente a Palacio Nacional. Por ello, no es mera coincidencia que las disertaciones del expresidente legítimo de México sean extensas, refieran a sucesos históricos, al nacionalismo y se vanaglorien. Sin embargo, hablar mucho y decir poco es característico de los mexicanos, la clara muestra fue Cantinflas.

“La historia me absolverá”, escribió Fidel. “Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia”, alegó Andrés Manuel. Una cosa es cierta: López Obrador, en muchos aspectos y distintos matices, hizo historia. Para bien y para mal, logró su más grande anhelo: plasmar su nombre en las páginas de la historia de nuestro país. El tiempo, los mexicanos y el mundo, habrán de juzgar.

Post scriptum: “El tonto no aporta nada digno de ser oído y se ofende por todo”, Aristóteles.

*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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