“Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía”, dice una frase del célebre escritor francés Anatole France, quien fue Premio Nobel de Literatura en 1921 y un férreo defensor de los derechos civiles.

Viene a colación la cita célebre a propósito de la llamada Cuarta Transformación que frecuentemente menciona el presidente Andrés Manuel López Obrador. La Cuarta Transformación que, más que realidad concreta, se ha convertido en una especie de marca de registro del gobierno, pero que dista mucho de ser la visión de futuro de una administración federal que parece (y digo, parece, porque eso es lo que proyectan, sin que sepamos si realmente es el fondo) más preocupada por las grandes obras insignia que por realmente incidir en la consciencia ciudadana de una manera constructiva.

Mucho del discurso del Presidente parece un suspiro nostálgico por el pasado reciente de la política mexicana más que la señal de que realmente hay un golpe de timón en la manera de pensar y de accionar en las decisiones que nos afectan a todos los ciudadanos.

No tiene vuelta de hoja. Después de 37 meses del gobierno de AMLO, lo que hemos visto es una vuelta al pasado en prácticas que, supuestamente, el nuevo gobierno federal iba a combatir.

¿Cuáles son esas prácticas? Bueno, empecemos por la corrupción que no sólo no se ha combatido, sino que ha tomado nuevas formas. El “compadrazgo” y “amiguismo” como criterio para nombrar funcionarios en Gobierno, y especialmente la costumbre de echar culpas a diestra y siniestra para no asumir la responsabilidad por los problemas que enfrenta el país.

Para muestra un botón: En el tema de la pandemia, definitivamente no es para presumir cuando el presidente López Obrador habla de que México se ubica en el lugar número 25, a nivel mundial, en cuanto a la cifra de fallecimientos por la enfermedad causada por el COVID-19.

Nunca, cuando se hable de personas fallecidas por una pandemia, cifra alguna podrá ser digna de aplaudir o de regocijo, pues el propósito de cualquier gobierno debe ser en todo momento preservar el valor más alto de la vida humana: la vida misma.

Por ello, llama la atención la insistencia de AMLO en destacar, cada que se le ocurre, el lugar que tiene México en el contexto mundial en la cifra de decesos por el Coronavirus. Esta retahíla de números la expone, especialmente, cuando aduce que su gobierno sigue siendo víctima del ataque de la prensa conservadora.

Sin desestimar que ha habido siempre la existencia de medios de comunicación, y comunicadores, que han medrado a expensas de las canonjías y prebendas que les ha brindado el poder público, ya llegó al punto del cansancio que el Presidente use ese argumento para pretender defender de lo que considera ataques de los conservadores.

Un día sí y al siguiente también, el Presidente de la República refiere estos ataques a su gobierno cuando en la conferencia mañanera se le pregunta sobre aspectos polémicos respecto al manejo que el gobierno ha hecho de la pandemia y las medidas que se han tomado para reducir las cifras de contagios y, sobre todo, de muertes.

Como ha ocurrido con anteriores gobiernos de la república, emanados del PRI y del PAN, se incurre en el error de pensar que todas las decisiones que se toman son efectivas, correctas e infalibles; incluso se tiene la idea que esas decisiones tienen, por fuerza, que satisfacer y agradar a todos.

Nada más lejano de la realidad política, social y cultural que actualmente vive México, sobre todo frente a un gobierno que desde el principio sembró amplias expectativas de un cambio de fondo.

Pero lo que hay en el fondo de la llamada Cuarta Transformación no termina por emerger. Quizá las intenciones, el deseo y las ideas de transformación están ahí, pero el lastre melancolía de lo que ha sido sigue pesando y mantiene sepultadas a las primeras.

Si no, entonces ¿por qué el sistema de salud sigue siendo tan deficiente?, ¿por qué la violencia sigue desatada en todo el país?, ¿por qué la economía del país sigue empantanada?

Para empezar, el discurso debe cambiar. Dejar la melancolía del pasado para enfrentar las necesidades del presente, sin dejar de mirar los retos del futuro. Pero, el tiempo se acaba.

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