Pasaron diez días después de la jornada electoral del dos de junio y nadie esperaba que el Alcalde Santos González Yescas saliera a hacer una rabieta pública. Porque eso es, ni más ni menos, su cantaleta acerca de que le hicieron trampa en los comicios del domingo antepasado.
El alcalde evidencia una desesperación tal por continuar en el poder público que da mucho qué pensar, sobre todo después de la violenta muerte de su comandante de Policía a quien Santos decidió contratar y mantener a pesar de todas las sospechas que sobre el jefe policiaco recaían.
En una de sus mañaneras le pregunté a SGY respecto de unos audios que circulaban en redes sociales, en uno de los cuales se escuchaba la voz, presuntamente, de Gerardo Camacho Ramírez, quien dialogaba con un sujeto que por la forma de dirigirse al jefe policíaco parecía tener una fuerte influencia o algún tipo de complicidad.
“¡Esas son niñerías!”, contestó cuando le pregunté si había pedido una investigación a la Fiscalía sobre los referidos audios o si había solicitado al menos una explicación a su Comandante de Policía.
Varios meses después de aquel episodio en el que el Alcalde Santos González Yescas se ufanaba de responder como quería los temas de interés para la comunidad y hasta se mofaba de los reporteros que le preguntaban sobre temas incómodos, la realidad le dio dos bofetadas con la contundencia que solo el voto popular puede hacerlo y con el poder del crimen organizado que definitivamente no deja cabos sueltos cuando se trata de cobrar cuentas pendientes.
Pero ni esos dos golpes, terribles para un político ensoberbecido como lo es Santos González Yescas, han terminado por hacerle entender que los resultados trágicos, en lo político, y desde el punto de vista humano, son consecuencia de lo que sembró en los últimos cinco años y nueve meses.
Santos González Yescas, el ser humano, debería hacer una seria reflexión y despojarse de su alter ego, el político, el que se enfermó de poder y no se da cuenta de lo que pasa a su alrededor, porque durante cinco años y nueve meses ha estado rodeado de un “selecto” grupo de funcionarios que sólo lo adulan y no le muestran la realidad.
En su círculo cercano no hubo quien le dijera de buena fe que hacer negocios con sus familiares no solo es inmoral, sino también ilegal; nadie le advirtió que el poder político no se comparte con los hijos, ni se les regala impunidad porque terminan alucinando con ser los dueños del pueblo; no le advirtieron que con la seguridad pública y con la tranquilidad de los ciudadanos no se juega, porque tarde o temprano la realidad devuelve los agravios hechos a la vida pública.
Tampoco no hubo nadie, y no hay nadie aún, quien le diga a Santos González Yescas que ha dilapidado el poco o mucho capital político que pudo haber tenido en aquel lejano 2018 cuando ganó por primera vez la presidencia municipal y se vendió a los ciudadanos (muy caro, ahora lo sabemos) como el político honesto, leal al pueblo y honrado que cambiaría el destino de San Luis Río Colorado.
Nadie le ha dicho que en política hay algo que no puede perderse si se quiere pasar a la historia: dignidad.
El Alcalde Santos González Yescas ha perdido el mínimo asomo de esa dignidad que ya de por sí había despilfarrado ante los escándalos de corrupción, tráfico de influencias e impunidad que han distinguido sus dos periodos de gobierno.
No le queda nada.
El ocaso de su segundo trienio, que ya está en marcha, se irá desdibujando entre tonos grises y amargos que pintan de cuerpo entero a un pobre político (que no político pobre) que no ha entendido que cayó de la gracia de los ciudadanos y que ellos lo han repudiado.