En el 2001, el año cuando en Mexicali empezaron a suplir el pasaporte tradicional por la visa láser, alguien llamado Iván colaboraba en una oficina cercana a la sede temporal del consulado norteamericano ubicada por la Justo Sierra. La tarde del 11 de septiembre le jugaron una broma que lo desconcertó momentáneamente: Te anda buscando el FBI, dicen que el atentado fue culpa de un tal Iván…
En aquel entonces descubrimos que talib (el estudiante) era el singular para denominar a un miembro del movimiento fundamentalista afgano que protegió a Osama Bin Laden, y talibán el plural, pero algo no checaba con nuestro convencional uso del español, así que decidimos pluralizar el plural, para inventar los talibanes o talibaneses.
Lo gramaticalmente preciso es usar talib para un integrante y talibán para definir al movimiento, pero hoy la Academia de la lengua no lo recomienda, pide que usemos los talibanes. Triunfó el pueblo.
En la lucha por la consolidación de la lengua, el pueblo triunfa en el 99.99% de los casos porque es de éste de donde surgen las evoluciones. Las excepciones confirmadoras de la regla, los casos en los cuales la sociedad termina por adoptar esnobismos, o jerga, lo podemos ver por ejemplo en spáthē, una palabra griega usada originalmente para denominar un instrumento ancho y largo como pala, que terminó por convertirse en espada, gracias al uso que le dieron los militares en el siglo XI.
Los granjeros usaban la palabra ordiniare cuyo significado es orden y está relacionado con la jerarquía, cuando preparaban a sus animales acomodándolos en filas para luego sacar leche, olvidando de a poco el verbo mulgere el cual sí quiere decir extraer leche de las ubres. En español nos quedamos con ordeñar de ordiniare, mientras los portugueses aún conservan mungir de mulgere en su sentido original.
El pueblo sabio pule el idioma priorizando la dulzura como cuando hace siglos dejó de usar avia -la mamá de mi papá- por considerarla dura, suavizándola con en el diminutivo aviola, la cual dio paso a abuela. Esta conducta suavizadora curiosamente la seguimos aplicando en la actualidad con nuestras tiernas abuelitas, lo cual estrictamente viene siendo un diminutivo del diminutivo, algo así como abuelitita. O nomás porque sí, o qué explicación hay para el acto de dejar de decir ochavo y empezar a usar octavo, o porqué decir astrólogo si ya existía estrellero.
Gastamos demasiada energía discutiendo sobre un idioma que evolucionó en buena parte gracias al deseo de sus hablantes por la simpleza, no por fanfarronear. Si el pueblo así lo determina mandará al diablo el lenguaje igualitarie, pero lo que no debería hacer a un lado, es la inclusión social y el respeto, al fin que para eso no se ocupa un idiome específique.