Por siempre “Ino”, se va mi corazón Cucapá, con amor comparto este texto y algunas imagenes que capture en vida.

La conocí haciendo tortillas de harina, en una pequeña casa ubicada a las faldas del río en El Mayor, comunidad que se encuentra en el km. 57 de la carretera Mexicali- San Felipe, Baja California.
A primera vista me pareció una mujer de pocas palabras, de carácter recio y mirada adusta, pero conforme la fui conociendo a través de los años, pude escudriñar en su corazón y reconocer a la madre entregada y amante silenciosa de sus raíces indígenas.
Inocencia González Sáinz, quien trascendió de este mundo ayer a los 84 años, me enseñó a amar intensamente la cultura Cucapá. Al principio me movía mi interés periodístico, un sinfín de reportajes y exposiciones fotográficas respaldan mi interés. Luego, con los años, llegó la amistad y, para ser sincera ya no me imaginaba entrevistando a Inocencia, conozco su vida y la de sus hijos profundamente.
Hemos compartido festejos y pérdidas, estuve en los funerales de Pascuala Sainz y Onésimo González, y ellas estuvieron en los servicios funerarios de mi madre Beatriz y mi abuela Guadalupe.
He visto crecer a los hijos y nietos de Antonia y Juana, y en honor a su dialecto dos de mis perritos fueron nombrados con palabras cucapás. Desde que emigré a Phoenix (Arizona) hace más de seis años las visitas han ido mermando, pero no las querencias, cuando las veo el corazón me salta y da vuelcos de alegría. Me gusta el olor a comida recién hecha en casa de Antonia, caminar por las calles empedradas de la comunidad de El Mayor que se rehúsa a morir y que aun sostiene a 200 indígenas que viven altivos entre el río Hardy y frente al Cerro del Águila.
Recientemente Inocencia fue galardonada con el Gran Premio Nacional de Arte Popular 2019, en la categoría de Trayectoria Artesanal y la premiación se llevó a cabo con bombo y platillo en el Complejo Cultural Los Pinos, en la Ciudad de México.
No pude evitar una emoción enorme al ver tan merecida distinción, desde hace años he visto cómo Inocencia teje parsimoniosamente los pectorales de chaquira, y lo hace de una forma magistral.
No solo ha destacó como una sobresaliente artesana, es de las pocas indígenas cucapás que conserva la lengua nativa. Además, me he deleitado al escuchar como narra numerosas leyendas que hablan sobre piedras brillantes en el desierto, brujas gigantes que comen indios, guerreros y muertos que van y vienen.
Recorrí junto a Inocencia los centros ceremoniales, y he constatado lo arduo que es recolectar la corteza de sauce de los troncos caídos en el monte, para elaborar las tradiciones faldas que usaban los primeros indígenas cucapás.
“Mi Ino” como la llamo de cariño, se fue estoica en medio del desierto, y solo me queda el recuerdo de su piel curtida por el sol y su cabellera azabache ya poblada por las canas. En ella siempre vi dibujado el rostro de los primeros indígenas, aquellos que llegaron a estas tierras e hicieron del desierto s hogar.
Aquellos y nosotros somos los mismos, nuestras raíces están aquí, entre los impetuosos cerros y sobre la llanura de La Salada, cuando el sol de estas tierras abrazas con su hoguera nuestras conciencias y nos obliga a ser fuertes, a reconocernos en los ojos de nuestros antepasados.
En las manos de Inocencia había magia, y sin duda ella poseía un don que la convirtió en una de las más reconocida artesanas del mundo y, por qué no, en la mejor “artesana” a la hora de cocinar tortillas de harina.
Hasta siempre Ino

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