Era la primavera de 1995, íbamos de Mexicali rumbo a Tijuana por la carretera del otro lado. Éramos tres personas a bordo de un LTD, en el asiento de atrás venía el más emocionado de todos, contándonos historias, anécdotas, pidiendo detenerse en diversos locales donde vendían nieve, galletas, chocolates.

Llegado el momento en ese viaje de casi 3 horas, Miguel Gárate Velarde tocó el tema de su educación en el valle de Mexicali, de su pasión por la lectura, en particular por los clásicos griegos, y cómo todo eso, fue su fuente nutricia para crear el lema que hoy casi todos conocen: “Por la realización plena del hombre”.

Lo suyo no fue una improvisación, ni una ocurrencia mercadotécnica, sino el resultado de largas horas de lectura, pero, sobre todo, de reflexión. Gárate siempre supo que el lema podía ser polémico, no tanto por no ser inclusivo, porque en ese tiempo no se pensaba en ello o, mejor dicho, la inclusión iba implícita, sino porque se hablaba de algo aparentemente inalcanzable, la realización plena.

Hoy, 27 años después de esa inolvidable charla, el problema no es querer cambiar el lema, un logotipo o cualquier otro elemento de identidad corporativa, el problema es hacerlo por temor a los ruidosos grupos de falsos progresistas o como una estrategia para competir en el saturado mercado de las universidades.

Más grave aún, cuando, con la impostura de un galimatías verbal, quieres hacer creer que, con un simple ajuste gramatical, las cosas serán diferentes, como si los cambios sociales ocurrieran por decreto y no fueran el resultado natural de un largo proceso de pequeñas modificaciones, adoptadas por la mayoría, casi sin darnos cuenta, luego sí, fortalecidas por las instituciones.

Todavía más peligroso es cuando se trata de una institución educativa, el supuesto espacio del conocimiento por antonomasia, un microcosmos ejemplo de productividad, buen comportamiento, innovaciones útiles, inclusión, equidad, en fin, el modelo al cual el resto de los habitantes de Baja California deberíamos aspirar, porque, por si fuera poco, cuesta y mucho, al erario.

Ahora que, si de verdad quieren ser progresistas, la universidad debería modificar su forma de operación por una que fomente la productividad, una en la que, por ejemplo, todo estudiante que trabaje obtenga el 30% de sus créditos totales requeridos para egresar, ahora que, si labora en algo relacionado a su carrera, el porcentaje se eleva al 50%, y finalmente, si el alumno crea una microempresa gracias a sus aprendizajes escolares, sería el 70%

Al consolidar este progreso, los padres de familia estarían felices, viendo a sus hijos en la constante e inacabable lucha por su realización plena, y ahí, no importa qué lugar ocupes en los ratings internacionales, qué tan inclusivo sea tu lema o si le ganas en matrícula a las otras universidades.

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