Manuel asegura vivir en Villas de la República pero en realidad no tiene un hogar. Su única compañía esta noche es un oso de peluche al que se aferra como si fuera un ser amado.

Vagabundea por las calles del fraccionamiento ubicado a espaldas de la plaza Nuevo Mexicali. Es de noche y el agua de la lluvia matutina aún no se ha secado ni del asfalto ni de las ropas de Manuel.

Temeroso, se sienta un momento bajo el techo de la gasolinera del barrio. Los transeúntes le sacan la vuelta.

“Está enfermito”, le dice una señora a su hijo cuando se alejan unos metros rumbo a la tienda. Otros -la mayoría- hacen como si fuera invisible, pese a que Manuel a todos les regala una sonrisa.

De fácil conversación afirma que él se dedica a la construcción, que trabaja en la obra, pero que por el momento no tiene trabajo, pero que anda buscando. “Pero nadie me quiéreme dar”, dice mientras sostiene con más fuerza su oso de peluche.

”Por el momento”, indica, está quedándose en un terreno baldío. Ahí pasa las noches y en los días va a buscar como ganarse el alimento.

Hace casi tres años en Mexicali se abrió un albergue permanentemente abierto para recibir a personas de la calle, y no muy lejos del hogar provisional de Manuel, se encuentra el Refugio de Amor para Enfermos Mentales. Ambas instituciones, la primera de gobierno y la segunda de beneficencia pública, rebasadas por la demanda de gente sin donde quedarse.

Sin mucha preocupación por la pandemia causada por la enfermedad COVID-19, Manuel se protege con una pequeña  cobija y un gorro de estambre. 

Para Manuel, el 14 de febrero es un día más, aunque su compañero de esta noche pudiera ser el regalo perfecto en estas fechas.

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