Dianeth Pérez Arreola

El miedo es una emoción que usan algunos gobiernos para introducir políticas que restringen nuestras libertades en nombre de la seguridad, la justicia y el bien común. Ya lo hemos oído de grandes pensadores como Noam Chomsky y Naomi Klein.

Lo hizo George W. Bush tras los atentados del 9/11 al implementar el Programa de Vigilancia Terrorista, que permite a la Agencia Nacional de Seguridad seguir y almacenar billones de llamadas de ciudadanos estadounidenses.

Ahora con el pretexto del COVID-19, China ha empezado a violar uno de los derechos digitales fundamentales, el de la privacidad. Todo empezó con la utilización de cámaras térmicas para controlar la temperatura de la gente en lugares públicos. Luego vino una aplicación que imita a un semáforo, indicando cuando y con quién puede relacionarse el usuario.

El verde permite al ciudadano chino moverse con la relativa libertad que permite el riesgo de contagio. El amarillo lo obliga a estar siete días en cuarentena por haber estado en una zona con peligro de infección, y el rojo a no salir por catorce días al indicar un riesgo mucho mayor.

Que China tiene un gobierno dictatorial disfrazado de democracia ya lo sabemos; acciones como esta no sorprenden viniendo de quien viene, pero resulta que también una democracia europea -y de izquierdas- como España ha empezado a coquetear con esta tecnología.

El diario El País informa que el gobierno ha aprobado una norma para autorizar el desarrollo de una aplicación similar a la china, que permita la geolocalización de sus ciudadanos -aunque esto es la letra pequeña-, lo que sí se dice es que proporcionará información y consejos a los usuarios, así como una autoevaluación para ver si pudieran estar contagiados.

Aquí es donde se empiezan a torcer las cosas; cuando el gobierno disfraza de ventajas lo que son restricciones a nuestras libertades y flagrantes violaciones al derecho digital de la privacidad. Luego pasa el motivo por el cual se implementaron esas medidas, pero las medidas ya no desaparecen.

¿No debería España dedicar sus esfuerzos tecnológicos a asuntos más urgentes? ¿No deberíamos estar todos más alertas? A decir verdad, si fuéramos conscientes de los riesgos y condiciones de redes sociales, aplicaciones y juegos en línea, ninguno entraría a Internet.

Por dar un ejemplo, el juego de Facebook “Cómo te verías si fueras del sexo opuesto”, recopila nombre, correo electrónico, lista de amigos, ubicación, contenido, dirección de IP del usuario, hábitos de navegación y número y publicaciones de me gusta, entre otros datos.

Debería importarnos mucho porque esa información puede ser usada para hacer propaganda a la medida mediante la manipulación de nuestras emociones, como lo hizo Cambridge Analytica con millones de norteamericanos para darle votos a los republicanos. El documental en Netflix “Nada es privado” lo explica perfectamente.

Los derechos digitales deben estar presentes en la agenda ciudadana; los gobiernos toman la oportunidad para hacer vigilancias masivas a través de la tecnología en tiempos de crisis, la mayoría de las veces con nuestro consentimiento y sin que tengamos la menor idea de sus alcances.

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