Suena el despertador y una mano lo apaga al primer pitido. 

Es una mano de piel muy delgada, manchada por el tiempo, huesuda, vieja.

Ella se levanta de un impulso, inusual para sus más de 70 años.

Se sienta en la orilla de la cama apenas destendida con su menudo cuerpo hoy encorvado.

Jala el aire a sus pulmones con una gran bocanada. Cierra los ojos a la luz de la mañana que ya entra por la ventana. Los aprieta y poco a poco los va liberando de la presión hasta que se abren mustiamente. Su vista va directa hacia la única foto en la pared blanqueada de su recámara. Ahí está un joven, el más guapo de todos. El de la sonrisa más hermosa, de la mirada más elocuente. 

Ese joven vestido de traje y corbata, sonriente para la foto, parece que la mira también. 

“Buenos días”, dice ella apenas abriendo los labios. No hay respuesta más que el silencio. 

Entonces su mirada va hacia la ventana ya bañada de luz matutina. Afuera, los pájaros, las hojas movidas por el tenue viento de primavera, un carro pasa a lo lejos pitando. La despierta de su embeleso. Descubre su sonrisa al sentir sus mejillas algo entumecidas. “¡Qué tonta!”, se reprocha a sí misma mientras empuja su cuerpo hacia arriba con sus puños que presionan su cama. 

¡La primera victoria del día! Ha podido ponerse en pie a la primera, sin resbalarse, sin el dolor en la espalda ni mareos. “Hoy es…”, piensa en voz alta mientras su mirada regresa a la foto de la pared. Sus ojos, ahora, están algo mojados de recuerdos pero más de esperanza.

El baño fue rápido. Sola se talla lo que alcanza, luego sale en bata, aún dejando huellas de agua en el piso impecable. “¡Que tonta eres!”, se vuelve a decir mientras toma la toalla que olvidó afuera del baño y, de paso, enciende la radio.

Vuelve al baño mientras su cuerpecito viejo baila al son de la Sonora Santanera que se escucha en la estación de a.m. que desde hace muchos años escucha cada mañana.

Ya más seca, sale del baño, mientras ahora canta una canción de Marco Antonio Muñiz, abre su ropero y los recueros la invaden. 

Las partes interna de las puerta están llenas de dibujos, fotos, recuerdos de ese joven de la foto que alguna vez fue niño. 

La música de El Ratón Vaquero, la golpea de lleno en la mente. También el recuerdo de su primer bailable en primer año, cuando ella le cosió su traje de holandés. Sus orejas de conejo para el Día de la Primavera en el jardín de niños… “¡Qué rápido crecen los hijos!”, murmura apenas mientras saca un vestido amarillo y cierra de nuevo las puertas del ropero.

Pone café. Luego de unos minutos sentada viendo a la ventana con su vestido amarillo puesto, ella se levanta y se sirve la primera taza del día. Sobre la mesa hay otra taza más con su plato y su cuchara. Algunas galletas al centro completan el servicio. 

Muy lento toma a sorbos el café. Se levanta con sobresaltos al oír ruido allá afuera. Es el señor que deja el recibo del agua. Lo saluda desde adentro. El hombre ni voltea a verla y sigue con su labor. 

“¡Cómo eres tonta…no va a venir!” Se reprocha en voz baja, mientras sus pasos van hasta el refrigerador de donde saca un recipiente que con enfado mete al microondas, para luego comer su contenido, sentada en la mesa, sola. En la radio suena Manolo Muñoz.

Ya no voltea a la ventana. Esta enojada, quizás con ella misma, por “tonta”, quizás con él, que no llega.

Las horas pasan muy lento y la luz que entraba por la ventana se va atenuando. La música le ha dado vuelta unas tres veces a la radio. Siempre es la misma, todos los días. Nada cambia, ni porque es 10 de Mayo.

Hoy tampoco vino. No hubo visita del Día de las Madres, ni flores. Ni una llamada como las que a veces hacía para disculparse porque tenía mucho trabajo… “sí como no…” murmura ella sola mientras lo recuerda. 

“Otra vez te quedaste esperando”, se reclama mientras cuelga el vestido amarillo en el ropero y se pone el camisón. Por la ventana solo entra oscuridad y silencio.

Mientras acomoda su cama en la almohada, su mano huesuda se extiende por encima de las cobijas y forma la señal de la Cruz.

“Que Dios te bendiga, hijo, donde estés. Te quiero y te extraño”, concluye su frase mientras deja de frenar las lágrimas que mojan su rostro. 

Otro 10 de Mayo que su hijo desaparecido no regresa a abrazarle.

“¿Dónde estás, mi niño?” Murmura con su último aliento del día, mientras sus ojos que miran la fotografía de ese joven se vuelven a cerrar.

— Dedicado a las madres que todos los días y a todas horas esperan el regreso de sus hijos desaparecidos

Facebook Comments

Comentarios

comentarios

GRACIAS A TU DONATIVO PODERMX SIGUE SIRVIENDO A LA COMUNIDAD.