Eduardo Navarro González
Acurrucado en una vieja cobija que cubría sus harapos, un hombre buscaba como acomodarse sobre el frío pasto en la entrada de Vicerrectoría de la UABC. Eran como las 4.30 de la tarde del 24 de diciembre pasado de manera que pocas eran las personas que por ahí paseaban aunque regularmente en la explanada hay familias y jóvenes adictos al celular porque nomas se sientan en cualquier lugar y no hay poder que los mueva.
En fin, el caso es que afín a mi curiosidad periodística, me acerqué al hombre junto con mis amigos caninos y le pregunte: ¿está usted bien?…y la respuesta fue lacónica: si…nomas estoy descansando.
El hombre, con todas las particularidades de un pordiosero, parece que no encontró la forma adecuada para “descansar”, de tal suerte que se medio levantó y ya de rodillas volví a acercarme para apoyarle económicamente y pueda disfrutar esa especial fecha para casi todo mundo con alimento digno.
Fue agradecido y eso me motivo a hacerle otras dos preguntas que me revelaron su origen: de Ciudad Obregón, Sonora, y el porqué de su abandono hasta mendigar…”es que me enfermé y ya nadie quiso ayudarme”…dijo entre otras expresiones difíciles de precisar.
Este hombre era joven, evidentemente con plenitud de razón, si acaso muy descuidado, pero consciente de lo que era su devenir y entorno, lo que me hizo recordar a otro hombre igual, al que etiquete como “el hombre de las agujetas de alambre”, pordiosero que hace décadas entreviste cuando pedía limosna sentado en una de las banquetas muy cercanas a los “tacos del ferrocarril” que todos conocemos…de este escribí en el Novedades de Baja California (hoy La Crónica), una reseña de su pasado y presente acompañándola de ejemplares fotografías de Javier García, mi entonces compañero de reportajes especiales en aquel diario.
La coincidencia entre ambos personajes fue elocuente: por razones de la vida, se abandonaron y se dedicaron a mendigar, conscientes pero limitados por sus capacidades para salir adelante. No estaban locos ni tampoco padecían enfermedades que a cualquiera podrían amedrentar.
Al contrario, en aquel entonces como ahora se trata de hombres que por falta de atención, orientación y apoyos, sus vidas se ven perdidas…ahí en la inmensa “jungla” urbana que ahora representan las ciudades…
¿A qué voy con este recuento?
A decirles a las autoridades, a las organizaciones civiles a usted y cualquiera que vea deambular por las calles a estas personas, que se acerquen, sin temores pero si con mucha voluntad para apoyarles. Son seres humanos y en un número que no puedo citar, se trata de dramas humanos que no podemos ni debemos ignorar como sociedad
No se trata, aclaro, solo de un exhorto para abatir la mendicidad…no. Se trata de que estas personas en situación de alta fragilidad encuentren en cada uno de los que podemos y queremos un soporte, palabras de aliento, ropa, alimento, etcétera, porque a final de cuentas, son quienes transitan por el escalón más bajo de las posiciones socio-económicas que poco a poco son representadas por gente cada vez más inhumana e insensible. ¿O no?