Después de al menos dos décadas y media de estar expuestos y sobre expuestos a la violencia del crimen organizado -y del desorganizado también-, a la presencia del narcotráfico en nuestra vida cotidiana y al añejo y falso discurso de que con más armamento, equipo policial y seguridad privada vamos a poder solucionar nuestros problemas de inseguridad, ya deberíamos como sociedad habernos dado cuenta de que hemos sido engañados todo este tiempo.

Recuerdo en tiempos del gobernador Eugenio Elorduy Walther, se trajo a Baja California a Leoluca Orlando, ex alcalde de Palermo Italia, famoso por haber erradicado -o al menos controlado- a la mafia siciliana, para compartirnos la receta secreta y hacer lo mismo en esta frontera, donde el crimen organizado estaba -como lo está hoy- fuera de control.

Me tocó estar presente en más de cuatro charlas de este especialista en seguridad, dirigidas a distintos sectores, especialmente las cámaras empresariales. Me llamó la atención de que, aunque Leoluca hablaba muy bien el español, siempre era acompañado por un traductor, así que el ponente daba su discurso en italiano y el joven acompañante era quien realmente exponía en el idioma local las enseñanzas en torno a la carreta de dos ruedas.

Cuando se supo que los bajacalifornianos habíamos pagado un millón de dólares al Ex Alcalde por venir a decirnos lo que ya deberíamos de saber, le comenté en son de broma a su traductor: “¿y si te damos 100 mil dólares a ti y le sigues con las pláticas? ¡al cabo ya te las sabes de memoria!”. El joven muy profesional se rio discretamente mientras encogía los hombros y alzaba las palmas de sus manos.

Pero en fin, el caso es que se nos vino a decir lo que desde entonces ha llegado a ser un repetitivo discurso hueco y sin sentido, pero que al parecer seguimos comiéndonos como una realidad: Que la inseguridad no se arregla con patrullas ni armas, que hay que apostarle a la prevención; que si no trabajamos juntos sociedad y gobierno, no podremos salir adelante de la crisis de inseguridad; que hay que apostarle a la tecnología…¡no! mejor al recurso humano… ¡no! mejor a la capacitación… ¡no! mejor a una mayor presencia federal… ¡no! mejor del Ejército… todo depende de donde esté el negocio.

Basta revisar un poco quiénes han gestionado las capacitaciones, quiénes han ganado las licitaciones para equipo y patrullas, para identificar quiénes están sacando tajada de esta “inseguridad” que nos han metido hasta por los poros. Créame, es muy buena lana la que se han ganado.

Mientras tanto, las cosas siguen igual ¿o acaso peor?

…Porque ya no nos asustamos tanto de que se venda droga en una o dos o tres casas de nuestra cuadra, y tampoco de ver que la patrulla llega cada semana por su mochada.

Tampoco nos sorprende que siempre detengan al más tarugo, es decir, al burro, al narcomenudista, pero jamás se atrapa a sus jefes, a quienes elaboran, reparte, reciben y distribuyen la droga a gran escala. Tal pareciera que los paquetes tuvieran patitas y se repartieran solos por toda la frontera.

Recientemente un agente federal me comentaba que también las maquinitas tragamonedas eran negocio del crimen organizado, y era un buen negocio, y que por eso no detenían a sus propietarios, pues estaban dejando un buen dinero en sobornos a ciertos agentes policiales. ¡Vaya usted a saber si esto es cierto!, y de serlo, valdría la pena reflexionar si los jefes de las corporaciones hayan cavilado sobre esta posibilidad.

Lo que sí es real es que en el 90% de los decomisos de maquinitas, no hay detenidos, pese a que los agentes de investigación sean DE INVESTIGACIÓN y quizás por ese motivo, tuvieran la posibilidad de esperara a que alguien llegase al almacén donde hay 50 maquinitas y así pudieran detenerlo.

Pero no. Dirá usted que soy muy malpensado pero esa ausencia de dueños de las tragamonedas me parece bastante sospechosa, aunque creo que nada más a mí me pasan esas ideas por la mente.

Por otra parte, vemos de manera cíclica anuncios sobre el reforzamiento de la seguridad local con elementos federales que ya mero llegan y que buscarán darle tranquilidad al barrio. ¡Nada más falso que eso!

¿Recuerda para qué sirvió tener a un policía federal -de esos que estaban vestidos de gris- parado en cada esquina? ¡Exacto! ¡De nada!

¿En qué ha abonado la presencia de la Guardia Nacional hoy en día? Salvo el detenido por intentar matar a una pareja cerca de la zona dorada, quien corrió casi casi a los brazos de los federales que iban pasando, de nada.

Seamos realistas. Si hay alguna autoridad que conoce en dónde está el problema de la inseguridad en cada barrio de Mexicali y de Baja California, es la local. Es la patrulla municipal y también la estatal, pues ellos trabajan realmente en las calles y se enfrentan a estas situaciones a diario…y son a éstos a los que menos apoyo se les da para realizar su trabajo eficazmente.

Entonces la llegada de agentes federales o de soldados, nada más tiene dos propósitos: aparentar y conocer las bellezas naturales de nuestra región. No descarte usted tampoco que algunos elementos sean enviados acá, lejos de su tierra, como castigo o como premio.

Y si aún usted no coincide con mi hipótesis, le invito a reflexionar en lo siguiente: ¿Cuándo fue la última ocasión en que se enteró usted de un golpe contundente que hayan dado las fuerzas federales en Baja California?

¡Vaya! quien quiera conocer sobre quién es el líder del cártel en este territorio, nada más necesita poner atención a la música que ciertos vecinos acostumbran compartir con todo el barrio a las 3 de la mañana. Pareciera que los creadores de los narcocorridos saben mucho más que nuestras autoridades sobre esto.

Dirá usted: “Bueno Marco Vinicio, después de las conferencias de Leoluca Orlando sí se amainó la violencia provocada por el crimen organizado.

¡Tiene razón! pero no fue precisamente por estas conferencias, sino porque la delincuencia se sentó a la mesa con las autoridades y acordaron un pacto: ‘Tú me mantienes tranquila la plaza y yo te dejo seguir con tu negocio de exportación’. Fue un acuerdo de ganar-ganar. Quien me dio detalles respecto a este acuerdo, ahorita purga una condena en una prisión de Estados Unidos desde el 2004.

¡Ah pero qué tal los operativos donde salen a las calles 30 patrullas para detener a 40 por faltas administrativas como deambular en la vía pública, traer pequeñas dosis de droga, espiar al interior de los domicilios o nada más por “sospechosos”!

Disculpe usted pero esos no pueden ser llamados operativos. Son movilizaciones de elementos “pa’ ver qué agarramos”, y rara vez es algo grande o contundente.

Operativo es el que se necesita en la franja del Valle de Mexicali, donde la violencia no ha cesado y la presencia del crimen organizado es evidente para todos sus residentes. Pero allá yo creo que está muy lejos.

No quisiera terminar esta columna sin acompañar mi crítica con posibles soluciones que han sido efectivas en otros países donde también han estado bajo el flagelo de los criminales. Anótele usted:

  1. Reconocer que la corrupción es la razón por la cual el crimen organizado sigue mandando en México.
  2. Evitar que las corporaciones sigan siendo cómplices de estos delincuentes, castigando los actos de corrupción y erradicando de sus reglas no escritas la frase de “es que la corrupción nunca se va a acabar”.
  3. Atacar y detener a los brazos financieros del crimen organizado. Esas empresas que lavan el dinero sucio y que ninguna autoridad persigue.
  4. Dejar en el pasado esas payasadas de que “decomisamos maquinitas o paquetes de droga o armas…pero no alcanzamos a detener a nadie…sí chuy!, ¿pues qué no son investigadores? ¡Hay que investigar entonces!
  5. Empezar a ver a los narcotraficantes como delincuentes y no como un estilo de vida.

Pero sobre todo debemos volver a lo básico:

  • Unirnos como comunidad. Conocer a nuestro vecino, decirle buenos días y que ellos nos vean como alguien en quién confiar.
  • Denunciar al 911 cualquier situación sospechosa en la casa de enfrente o de a un lado; tener el teléfono de nuestros vecinos y ser amables y tolerantes con ellos.
  • Cuidar nuestras escuelas y parques.
  • Proteger a la niñez y darles buenos ejemplos.
  • Respetar el derecho de los demás y no afectar a otros con cosas que podemos evitar, y si no pudimos evitarlo, tratar de resarcirlo al menos con un: “vecino, disculpe lo que le hizo mi perro a su jardín” o “déjeme reparar el cerco que aboyé sin querer”, etcétera.
  • No entrar en pleitos por cosas del tránsito vehicular. 
  • Regalar una sonrisa a quien se nos cruce en el camino, o si usted lleva un cubrebocas, un “buenos días”. Aunque no le respondan, uno se siente bien al hacerlo, créame, ¡y es contagioso! 

Estos cambios de actitud en nosotros no van a venir a arreglar el caos a nivel macro que existe en materia de seguridad, pero sí nos va a ayudar a vivir en un entorno más seguro para nosotros y nuestra  familia.

No se asuste, no cobraré un millón de pesos.

 

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