Dianeth Pérez Arreola

No voy a escribir sobre el libro y su versión cinematográfica que llevan el título de esta columna, sino de un experimento social hecho en Holanda a propósito del racismo.

Se trata de un video del 2014 que ha vuelto a aparecer en las redes sociales al calor de las protestas anti-racistas. En él, tres jóvenes de distinto color de piel y portando ropa idéntica están en un parque y están tratando de romper el seguro de una bicicleta. Uno es blanco y rubio, otro es moreno claro, con barba y bigote que hacen suponer que podría ser árabe o musulmán y el otro es un joven de color.

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El joven blanco recibe miradas de curiosidad, pero todos pasan de largo. Al entrevistar a la gente que lo vio tratando de romper el seguro, dicen que no les causaba extrañeza y que perder la llave de la bicicleta podría pasarle a cualquiera.

Con el joven de barba una señora se para frente a él y le toma fotos con su teléfono. Otras entrevistadas que pasaron junto a la escena dijeron que pensaron en decirle algo, pero no lo hicieron porque sintieron que su integridad podría correr peligro. De cualquier manera muchos lo reportaron a la policía, y varios agentes fueron a comprobar el intento de robo.

Con el joven de color la gente se paraba en seco al verlo intentar romper el candado de la bicicleta; incluso gente en bicicleta se frenaba para preguntarle si era de su propiedad. Muchos llamaron a la policía y tomaban fotos y videos. Para la gente no había ninguna duda que el joven trataba de robarse la bicicleta, nadie pensó que fuera suya.

También hay experimentos más recientes sobre discriminación laboral.

Los titulares de currículos con idéntica formación académica e igualmente valiosa experiencia tienen mayores posibilidades de conseguir prácticas profesionales, pasantías y puestos de trabajo si tienen un nombre holandés, en comparación con aquellos que tienen un nombre no holandés; éstos últimos simplemente no son invitados a la etapa de entrevista, es una discriminación velada y por eso es difícil identificar, aceptar y modificar el racismo institucional que existe en Holanda.

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Las compañías de renta de propiedades no pestañean cuando los propietarios les piden no alquilar sus inmuebles a marroquíes, turcos o polacos, una petición de lo más común en bienes raíces. Son también hombres de estas nacionalidades quienes se sienten más acosados por la policía.

La hacienda holandesa reconoció el mes pasado que hizo perfilamiento étnico por años: las declaraciones de impuestos de quienes tienen doble nacionalidad pasaban por controles adicionales en comparación con quienes solo tienen la nacionalidad holandesa.

La ola de indignación mundial por la muerte de George Floyd solo tiene sentido si nos obliga a un ejercicio de reflexión como país, como persona, como institución y como empresa sobre nuestros prejuicios.

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